No abandonemos a Asia Central
La Vanguardia, 5 June 2002
Las perspectivas que se abren ante los dirigentes de los países de Asia central han mejorado en los últimos seis meses. Antes del mes de septiembre del 2001, era una desamparada región que había desaparecido de las pantallas de radar del planeta. Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán, que sólo durante un decenio habían conocido la independencia, luchaban para mantener a raya el desplome económico, las toxicomanías en continuo auge y la presión de los activistas islámicos establecidos en el vecino Afganistán. En la actualidad, las operaciones militares contra los talibán y Al Qaeda las han convertido en estados clave y en anfitriones de bases militares sostenidas por coaliciones de países aliados; son, además, beneficiarios de nuevas iniciativas de ayuda y atención.
Europa y Estados Unidos cometieron un error al abandonar esta región en los años noventa. Asia central estuvo en peligro de convertirse en los próximos Balcanes. Durante cinco años, los islamistas radicales en Afganistán amenazaron a sus vecinos con inundarles de droga y extremismo religioso. La expulsión de los talibán y de Al Qaeda no sólo reduce estas amenazas, sino que también elimina las justificaciones aducidas por los estados de Asia central para volver sobre sus pasos en la línea reformista.
Las economías de Asia central han vacilado bajo la égida de un funcionariado corrupto e inepto. Los inversores extranjeros han huido y el descontento se ceba en una población joven, empobrecida y en auge demográfico. Los dirigentes de Asia central, en su mayoría reliquias de los días de la Unión Soviética, justificaron su falta de entusiasmo por la democracia y la economía de mercado diciendo que afrontaban una amenaza demasiado seria de los extremistas islámicos como para abrir sus sociedades. Y, por el contrario, libraron campañas incluso contra musulmanes moderados, encarcelándolos por llevar barba o leer impresos religiosos.
Cada uno de estos países carga con su propios problemas. Tayikistán se recupera de una guerra civil que causó la muerte de decenas de miles de personas; Uzbekistán tiene un gobierno autoritario que niega a su pueblo igualdad de oportunidades o libertades básicas, y Kirguistán se hunde en la deuda y la pobreza y se inclina hacia la represión política. Comparten problemas en materia de tensiones étnicas y religiosas, droga y sida y fragilidad de la sociedad civil. Todos afrontan una serie de disputas fronterizas y problemas derivados del suministro de agua, petróleo y medio ambiente.
Actualmente se abre una oportunidad para afrontar estas cuestiones. El primer paso que deben dar los estados de Asia central consiste en reconocer que ahora han resuelto la mayor amenaza externa y necesitan dedicarse a afrontar los problemas internos, lo que no sucederá sin una presión continuada, combinada con la ayuda de Occidente.
España, que ejerce actualmente la presidencia de turno de la UE, debería liderar el esfuerzo internacional para aportar estabilidad a Asia central. Europa se juega mucho en ello. El extremismo islámico plantea un riesgo global. Y, a medida que la UE se amplíe, sus fronteras se aproximarán mucho a una región que podría acarrearle muchos quebraderos de cabeza.
Europa, para desempeñar un papel útil, debería establecer una mayor presencia en Asia central. Hay escasas misiones diplomáticas en la región; la mayoría de los países europeos mantienen contactos intermitentes a través de sus embajadas en el lejano Moscú. Son precisas visitas de personalidades que traigan el mensaje de que la represión no aporta la estabilidad. Sólo puede alcanzarse esta meta mediante el respeto a los derechos humanos y el fomento de la igualdad general de oportunidades. Europa ha de reconocer que Asia central es una prioridad, superando sus temores a que un mayor compromiso de su parte implique darle un pisotón a Rusia. La ausencia de ambiciones estratégicas de Europa en la región significa que podría constituir un socio atractivo para aquellos estados que se sienten demasiado presionados por Rusia, Estados Unidos y China. Ya no tiene sentido que Europa abrigue reservas por más tiempo.
La Unión Europea debería, en primer lugar, nombrar a la mayor brevedad un representante especial para Asia central para que actúe como canal directo de información que eleve sus informes al alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE, Javier Solana, e inversamente le transmita los relativos a la región y, asimismo, para subrayar que esta región importa. Y debería respaldar esta iniciativa mediante el compromiso de apertura de oficinas de la UE y la aplicación de plenos acuerdos económicos y políticos con los países de Asia central.
Hay de hecho planes para duplicar la ayuda, pero las cantidades son minúsculas. La región recibirá probablemente una ayuda de sólo 50 millones de euros, una gota en el océano de los 8.000 millones de euros que gasta la Unión en el exterior cada año. La ayuda europea se ha invertido sobre todo en asistencia técnica inútil. En lugar de ese destino, debería emplearse allí donde las necesidades son más apremiantes: aliviando la pobreza, conteniendo el problema de la toxicomanía y la extensión de enfermedades y promoviendo un mejor ejercicio de los derechos humanos. Si este dinero no se dilapida, Asia central debe hacer del combate contra la corrupción y del imperio de la ley sus máximas prioridades. Europa tiene que atrapar la oportunidad mientras la atención se halla concentrada en Afganistán y sus vecinos. Si se abandona a Asia central, como se abandonó a Afganistán, la región corre el peligro de convertirse en un problema igualmente grave en el futuro.
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